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Kruja se halla a tan solo 30 kilómetros de Tirana, la capital de Albania, lo que traducido en tiempo significa —y no, no exageramos— una hora de conducción. La última parte del camino es la más atractiva: mientras la carretera serpentea entre montañas, y la vegetación se hace cada vez más densa, el paisaje se transforma en una estampa que es pura inspiración.
Es entonces cuando, de repente, uno se topa con Kruja: casi sin esperarlo, la histórica ciudad hace su aparición. En lo más alto, sobre la cima de la colina en la que se alza, se divisa el antiguo castillo, uno de los iconos del lugar.
Solo unos minutos más tarde, ya de pie frente a sus antiguas murallas, será cuando tomemos constancia de dónde estamos. Kruja se halla a 600 metros sobre el nivel del mar, que se encuentra a tan solo 70 kilómetros de distancia. En los días claros, con suerte, el Adriático levanta la mano y avisa de que está allí, a lo lejos, observándonos desde la costa.
Mientras la bandera roja de Albania ondea, con su águila negra de dos cabezas, junto al castillo, decidimos que sí, que esta será nuestra primera visita. Se avecina una lección de historia en toda regla, la que hace falta para entender el cómo, cuándo y por qué este lugar que hoy pisamos se convirtió en un enclave tan importante para el país. No se diga más… Arranquemos.
Antes de empezar con los datos y anécdotas, echemos un vistazo a las vistas, que nos están tentando. Y es que entre un puñado de piedras desperdigadas, restos de la antigua muralla del castillo —levantada durante los siglos V y VI— y lo que queda de una de sus torres, lo que más llama la atención son las pequeñas calles que se retuercen allá, bajo nuestros pies, y que se pierden entre el puzle de tejados naranjas que conforma Kruja.
A nuestro alrededor, montañas y más montañas. Cuentan que en pleno invierno, cuando la nieve lo cubre todo, la estampa es abrumadora.
Y ahora sí, veamos: ¿qué ocurre con Kruja que la hace tan importante? Precisamente aquí fue donde nació el gran héroe nacional, el personaje más admirado por los albaneses y al que se le hacen honores en cada rincón del país.
Hablamos de Gjergj Kastrioti, más conocido como Skanderbeg, quien además convirtió Kruja en símbolo patrio: tras vivir su infancia en Turquía regresó a su ciudad natal, convirtiéndose en líder del país en su época dorada. Pero lo que le hizo ser considerado un auténtico héroe fue que, precisamente desde Kruja, acabó dirigiendo la resistencia contra los otomanos en el siglo XV, una labor que se alargó durante 25 años, hasta su muerte en 1468. En resumen: fue un auténtico ídolo para sus compatriotas.
Dentro de las antiguas murallas se encuentra también el museo que, desde 1982, lleva homenajeando al histórico personaje. En la entrada, es el mismo Skanderbeg quien, junto a sus soldados, nos saluda —sí que imponía este tipo, sí…—.
Cuadros, esculturas, cerámicas, notas históricas y bibliografía de aquel momento cuentan la historia, ya no solo de Skanderbeg, sino también de la época que le tocó vivir. Espadas del siglo XV y mosaicos bizantinos decoran las paredes del espacio que, ya sea con una guía en albano o en inglés, toca visitar.
¿Una curiosidad? El edificio que alberga el museo, una construcción moderna que trata de imitar la forma de un antiguo castillo, fue diseñado por dos arquitectos: Pranvera Hoxha, que no es otra que la hija del antiguo dictador Enver Hoxha, y su marido. Una antigua casa de 1764, construida por la familia Toptani, alberga el Museo Etnográfico de la ciudad.
UN LABERINTO QUE PASEAR
De vuelta al exterior decidimos continuar andando y desandando cuantas calles empedradas encontramos a nuestro paso. Por aquí no circulan coches: todo es calma. Seguimos en el interior de la antigua ciudadela, donde aún en la actualidad viven algunas familias.
Un par de gatos juguetean a nuestro paso justo cuando alcanzamos otro de esos lugares que nuestra guía destaca como imperdibles: los restos de un antiguo hamman y, un poco más adelante, un teqe del siglo XVIII que, aún hoy, continúa en funcionamiento.
Bien, “¿y qué es un teqe?”, te estarás preguntando. Pues un pequeño lugar de culto para los practicantes de la rama bektashi del islam, que se popularizó en la zona a comienzos del siglo XIX. A pesar de que se trata de un recinto de escasas dimensiones, siempre hay un guardia vigilando que todo el que lo visita, lo haga desde el respeto. Y no es para menos: en el interior de una especie de capilla decorada con alfombras, bordados y fotografías, descansan los restos de algunos de los últimos babas.
En su jardín, por cierto, crece un olivo: según dicen, fue el propio Skanderbeg quien lo plantó.
Controlada la parte monumental, decidimos que es el momento de picar algo. Aunque Kruja cuenta en su zona baja, donde se halla el bazar, con algunos restaurantes más turísticos como el del famoso Hotel Panorama, nos decantamos por volver a subir a la zona más alta del castillo: allí, junto a la antigua torre y casi anexado al propio monumento, se halla —aunque parezca imposible— un pequeño guest house. Se trata de Rooms Emiliano, un negocio de alojamiento y restaurante regentado por una familia que lleva, generación tras generación, nada menos que 300 años viviendo allí, en pleno monumento.
Tres jóvenes hermanos son los que ahora manejan el negocio, que resulta de lo más auténtico. Simpáticos, atentos y especialmente serviciales, lo mismo te ofrecen una de sus habitaciones —dormir aquí es, aunque sean estancias austeras y sin ningún tipo de lujos, un privilegio— que unos buenos platos de ricas recetas albanas. Todo a la manera tradicional. Todo cocinado con mucho mimo. Y todo, no hace falta que lo digamos, de sabor exquisito.
Pero, para añadir más curiosidades a la experiencia, un detalle: el restaurante no solo cuenta con mesas en pequeñas terrazas con increíbles vistas a las montañas y a la ciudad, qué va. También sobre la propia muralla del castillo, literalmente sobre la piedra, tienen dispuestas algunas de ellas.
¿NOS VAMOS DE COMPRAS?
Aunque Kruja es una ciudad más bien pequeña, hay algo que aún falta por conocer: su hermoso bazar, situado en la calle que lleva hacia el castillo.
Aquí llega el momento de dejarse llevar por los olores, por los sonidos… Inspirar fuerte, cerrar los ojos y, por unos segundos, sentir que se ha viajado en el tiempo y en el espacio a la Estambul de hace varios siglos. Y es que aunque los puestos que componen el bazar fueron restaurados hace no demasiado tiempo, han tratado de hacer que la esencia de lo que un día fue, permanezca: al fin y al cabo, cuenta con más de 400 años de antigüedad.
Fue aquí donde comenzó a funcionar el libre comercio, el lugar donde unos mercaderes y otros empezaron a intercambiar sus bienes según la necesidad de cada cual.
Ahora, en pleno siglo XXI, lo que hacemos es pasear por sus callejuelas adoquinadas a nuestro aire, sin el agobio de que los tenderos nos insistan en que miremos o compremos sus productos. Echamos un ojo al género expuesto y encontramos desde los souvenirs made in China más típicos, a verdaderas joyas de la artesanía: alfombras, platería, productos de ganchillo y hasta zapatillas elaboradas con fieltro. Junto a todos ellos, una gran cantidad de antigüedades tras las que se nos irán, sin duda, los ojos. ¿Cómo contenernos ante este despliegue?
En medio de los tenderetes sobresale un minarete blanco: es la mezquita del bazar, también llamada Murad Bey Mosque, que fue construida durante la época otomana. Aunque durante los años de dictadura cerró y su minarete fue destruido, se recuperó en 1991 y hoy, además de tratarse de otro de los emblemas de Kruja declarado Monumento Nacional, es un motivo más que añadir a las razones por las que, definitivamente, una escapada a esta ciudad entre montañas merece la pena.
Albania, con su historia, sus mitos y sus bellos enclaves, nunca deja de sorprender.