Los israelíes miran de reojo a Turquía mientras planifican sus vacaciones en la Galilea o en la costa del Mar Rojo, en Eilat, paraíso del buceo. Dos compañías turcas han retomado la ruta a Tel Aviv y, pese a que la cuarentena es obligatoria para todos los que entran en Israel, muchas familias prefieren disfrutar de una estancia en el exterior a tener que pagar altos precios en el interior, aunque esto suponga tener que pasar diez días confinado a la vuelta. Grecia y Chipre son otros de los destinos más frecuentados, pero el temor a posibles restricciones inclina la balanza a favor de Turquía.
«Los vuelos a Estambul van completos y pronto se abrirán nuevas rutas a Anatolia, en la costa», apunta Fadi Stiban, profesional de los viajes, uno de los sectores más golpeados por la pandemia. «Una habitación doble para tres noches en Eilat en un hotel de gama media cuesta 3.000 séqueles (750 euros al cambio), y con ese dinero puedes tener dos habitaciones y el vuelo a Estambul para cinco días, ¿qué eliges?», se pregunta un Stiban que no entiende cómo, ante una situación de este tipo, los hoteles nacionales no han adoptado una política agresiva de ofertas para atraer a los autóctonos.
Los que no quieren tener que pasar la cuarentena hacen cuentas y repasan la carta de destinos nacionales. A diferencia de lo que sucede con los visitantes extranjeros, cuyos viajes organizados a Tierra Santa suelen tener un marcado carácter religioso, en el caso de los turistas locales, lo que buscan es ocio. Pese a las tarifas, la Asociación de Hoteleros de Israel asegura que, durante los fines de semana, los establecimientos abiertos en Eilat, al sur del país y en la costa del Mar Rojo, rozan el 80% de ocupación. Un porcentaje similar a los del Mar Muerto, donde a los altos precios hay que sumar las disparadas temperaturas en este lago salado situado a 300 metros bajo el nivel del mar.
Galilea, al norte y con el lago Tiberíades como gran atractivo, es otra de las posibilidades con un clima menos caluroso y para turismo de naturaleza y senderismo. Desde aquí se pueden hacer excursiones de un día hasta los Altos del Golán, territorio ocupado por Israel a Siria desde la guerra de 1967.
Tras los pasos del espía
Allí se pueden seguir los pasos del mítico espía egipcio del Mossad Eli Cohen, en una ruta de setenta kilómetros que recorre algunos de los lugares por los que pasó durante su misión en Siria. Antiguos cuarteles del Ejército sirio, espectaculares vistas del valle de Quneitra, el monte Tabor y el mar de Galilea, y un final frente a la estatua dedicada a su mujer, Nadia, que mira hacia Damasco, a la espera de su marido. Cohen, cuya historia protagoniza Sacha Baron en la serie ‘El espía’, emitida por Netflix, murió ahorcado en Siria en 1965 e Israel nunca recuperó su cuerpo.
El país cerró sus fronteras en marzo y no espera abrirlas, como mínimo, hasta septiembre, cuando las autoridades sanitarias confían en levantar las restricciones de entrada. Tras alcanzar los 4,5 millones de turistas en 2019, este año se presentaba como el de todos los récords, pero llegó el coronavirus y el único turismo que queda es el local. Los israelíes que viajan por su propio país se han dado cuenta de algo que ya conocían en el día a día, que es muy caro. A excepción del transporte público, el teléfono y la entrada a los parques naturales, el presupuesto para un viaje en el interior duplica, como mínimo, al de uno al extranjero.
Jerusalén y Tel Aviv, semivacías
Los datos de ocupación en Eilat, el Mar Muerto o la Galilea contrastan vivamente con los de Jerusalén o Tel Aviv, los destinos más populares para el turista extranjero. La ocupación de los hoteles no llega ni al 20% en los fines de semana, según datos proporcionados por la Asociación de Hoteleros de Israel. Jerusalén se ha quedado sin peregrinos, y eso se siente de forma especial en una Ciudad Vieja silenciosa y con la mayor parte de su comercio cerrado.